Autor: Martinón Torres F.
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La historia de la prevención de la enfermedad meningocócica siempre muestra al Reino Unido liderando la puesta en práctica de los diferentes avances preventivos disponibles y la generación de evidencias objetivas que luego sirven para que otros países incorporen paulatinamente dichas medidas en sus planes de salud pública. La historia se repite ahora con la primera vacuna “universal” frente al meningococo B, una vacuna muy deseada y que ha costado mucho lograr.
El análisis crítico que Martin Masot y Ortega Paez1 realizan del primer estudio de efectividad de la vacuna frente al meningococo B, desarrollada mediante la revolucionaría vacunología reversa, ratifica nuestras razones para el optimismo: esta vacuna, administrada en el contexto de un programa de vacunación universal, y aunque los datos son todavía muy preliminares, tiene una efectividad muy elevada, superior al 80% en los lactantes vacunados. Pocos trabajos eran tan esperados como este de Parikh et al. y son muchos los que todavía no han logrado domar su escepticismo respecto a esta vacuna, a pesar de la gran fiabilidad de la fuente de los datos –accesible en tiempo real en abierto para cualquier usuario–, del rigor metodológico del mismo y la gran experiencia del equipo de Ladhani en estas lides2. Debemos ser cautos, no obstante, y no perder la orientación, ya que esto no se puede extrapolar sin más a la vacunación individual, a la vacunación oportunista del mercado privado. Además, hay que ver su efecto sobre portadores y la duración real de la protección, aunque esto podemos considerarlo como fuentes de valor añadido, no como condicionantes de su utilidad, y menos después de ver los fantásticos resultados ingleses.
¿Y ahora qué? Pues sí, oiremos que la incidencia es la más baja en años y que además no hay vacunas suficientes para satisfacer la demanda del mercado y menos aún para garantizar su inclusión en el calendario sistemático, lo que constituyen excelentes argumentos para quitar la presión sobre los responsables de Salud Pública de este país, que además pronto estarán más preocupados del serogrupo W que del B (si no lo están ya). Sin embargo, no debemos perder la perspectiva, y aunque hay niños naturalmente resistentes a la enfermedad meningocócica3, estos son los menos, y la morbimortalidad de esta enfermedad permanece estable en nuestro país desde hace décadas4. A día de hoy, sin duda, juzgar la eficiencia de la vacunación antimeningocócica basada en número de exitus y mutilados, es cuando menos insuficiente5. Y ahí viene otra lección también inglesa y de nuevo sobre vacunación antimeningocócica (aunque podría extrapolarse a cualquier otra): rectificar es de sabios. Y yo añado: justificándolo adecuadamente, una rectificación a tiempo hasta puede reforzar tu postura y tu compostura. Y es que los ingleses inicialmente decidieron no vacunar, por motivos paralelos a los que se esgrimen en nuestro país, pero el órgano asesor y decisor supo escuchar otras voces críticas, considerar otros datos aportados externos, y modificar su decisión inicial6. Y claro, ya están disfrutando además de los beneficios de su sabia decisión y, sobre todo, evitando muertes evitables, valga la redundancia.
Ya no seremos el primer país europeo en introducir la vacuna frente al meningococo B en el calendario sistemático, pero aun podemos ser el primer país de la Unión Europea en hacerlo, ¿no?
The history of the prevention of meningococcal disease always features the United Kingdom leading the implementation of the various preventive advances that become available and the generation of objective evidence that fosters the gradual introduction of these measures by other countries in their public health programmes. History repeats itself now with the first “universal” vaccine against group B meningococcus, a vaccine that was eagerly pursued and very difficult to attain.
The critical review by Martin Masot and Ortega Paez1 of the first study on the effectiveness of the meningococcal B vaccine developed by the revolutionary method of reverse vaccinology reinforces the reasons underlying our optimism: this vaccine, administered in the context of a routine immunisation programme, and despite the data being from very early stages, has shown a very high effectiveness of more than 80% in vaccinated infants. Few findings have been as eagerly awaited as those of this study by Parikh et al, and many remain sceptical about this vaccine despite the considerable reliability of the data (the source is accessible in real time to all users), the rigorous methodology of the study, and the substantial experience of the team lead by Ladhani in these enterprises.2 Nevertheless, we must be cautious and not lose our bearings, as these data cannot be carelessly extrapolated to individual vaccination, to the opportunistic vaccination offered by the private market. Furthermore, we still need to assess its impact on carriers and the actual duration of the protection it confers, although these can be seen as sources of added value, not as conditions for its usefulness, especially after seeing its excellent results in England.
So what now? To be sure, we will be told that the incidence is the lowest it has been in years, and that the supply of the vaccine is insufficient to satisfy the demands of the market, let alone to introduce the vaccine in the routine immunisation schedule: excellent arguments for relieving the pressure on the public health authorities of our country, who will also be soon more concerned about group W than group B (if they are not already). However, we must not lose sight of the broader picture, and although there are children that are naturally unsusceptible to meningococcal disease,3 they are a minority, and the morbidity and mortality associated to the disease in Spain have remained stable for decades.4 At this point, without a doubt, judging the efficiency of meningococcal vaccines based on the number of deaths and mutilated individuals is insufficient at best.5 And here comes another lesson from the British, also on the subject of vaccination against meningococcus (although it could be generalised to any others): the learned are not too vain to mend. To which I would add: with proper justification, a timely correction can strengthen your posture as well as your composure. For the British initially decided not to vaccinate, for reasons similar to those currently brandished in our country, but the advisory and decision-making agency was able to listen to critical voices from without, consider data from external sources, and modify its initial decision.6 Needless to say, they are already enjoying the benefits of their wise decision and, above all, preventing preventable deaths, redundant as it may sound.
It is too late for us to become the first European country to include the meningococcal B vaccine in the routine immunisation schedule, but we can still be the first to do it in the European Union—right?
Martinón Torres F. Otra lección británica sobre vacunas frente al meningococo. Evid Pediatr. 2017;13:2.
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