Autor: Monteagudo Montesinos E.
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Paul Werlhof en 1735 describió el Morbos Maculosus Haemorrhagicus en una niña de 16 años con sangrado cutáneo-mucoso después de una enfermedad infecciosa, que remitió con Elixirium acidum halleri (ácido cítrico). Graus en 1883 y Denys en 1887 documentaron una disminución de las plaquetas en la fase aguda de la enfermedad y un ascenso cuando cesaban las hemorragias. Henöch, en 1899 diferenció entre púrpura simple, con afectación cutánea sólo (hoy conocido como púrpura seca) y púrpura hemorrágica, con sangrado en mucosas (hoy conocida como púrpura húmeda).
En su obra Opera Omnia, Werlhof en 1775 comenta que la flebotomía y sangría, al uso en esa época en los trastornos hemorrágicos, era inapropiada en esta enfermedad. Robert Willan, en 1808 en su obra Sobre las enfermedades dermatológicas recomienda “moderado ejercicio al aire libre, dieta generosa y todo el vino que se quiera”.
Doscientos años después, seguimos discutiendo cuál es el enfoque terapéutico más adecuado en la púrpura trombopénica idiopática (PTI) aguda.
El primero, y de los muy pocos estudios aleatorizados doble ciego que hay en los niños con PTI, fue realizado por Sartorius en 1972 (aunque se publicó después en 1984, cuando ya había fallecido)1. En este estudio se comparó la evolución de la PTI aguda entre un grupo placebo frente a un grupo tratado con corticoides (prednisona 60 mg/m2, 3 semanas) y observó un ascenso más rápido en estos últimos, con tendencia a converger posteriormente ambas curvas (mediana para alcanzar 100.000 plaquetas/mm3 de 7 días frente a los 30 días en el grupo placebo). Imbach y cols2 en 1981 publican por primera vez la eficacia del empleo de inmunoglobulinas inespecíficas intravenosas (IGIV) a altas dosis. Posteriormente, en 1985, el mismo autor3 comunica los resultados de un estudio comparativo con corticoides orales, demostrando idéntica eficacia en la PTI aguda. Estos dos artículos han sido referencia y base para todo lo que se ha publicado posteriormente acerca del papel del tratamiento con inmunoglobulinas en la PTI. En 1984, Salama y cols4 comunicaron la primera serie de pacientes tratados con inmunoglobulina anti-D (Ig anti-D) y su probable eficacia en esta enfermedad.
Desde el trabajo de Sartorius no se publicó ningún estudio aleatorizado con grupo control hasta que, en 1993, Blanchette y cols5 comunican los resultados del único estudio prospectivo aleatorizado (aunque no enmascarado) en el que se comparan la eficacia de IGIV (a dosis total de 2 g/kg), prednisona a altas dosis (4 mg/kg de inicio y posterior descenso hasta 21 días) con un grupo control no tratado, en pacientes con menos de 20.000 plaquetas/mm3. Demostraron que tanto las IGIV como la prednisona inducían un ascenso más rápido que en el grupo control: tomando como objetivo superar el valor de 20.000 plaquetas/mm3 y 50.000/mm3, a las 72 horas de iniciado el tratamiento, el porcentaje de pacientes que lo habían logrado eran respectivamente en el grupo de IGIV 93% y 93%, en los tratados con prednisona 79% y 36%, mientras que en el grupo control 58% y 8%. El porcentaje de evolución a formas crónicas global fue del 20%, sin diferencias significativas, lo que confirmaba la ausencia de influencia en la evolución a largo plazo. No obstante, los autores detallan los frecuentes efectos adversos de ambas intervenciones y, en un intento de disminuir su aparición, exploran nuevas intervenciones que publican en 1994 en Lancet6. Una vez demostrada la eficacia de la intervención en la fase inicial de la PTI aguda plantean un nuevo ensayo prospectivo aleatorizado multicéntrico internacional en el que comparan IGIV (a 2 g/kg), IGIV (en dosis única de 0,8 g/kg), prednisona (a 4 mg/kg y posterior descenso) e Ig anti-D. Observaron unos resultados similares al anterior estudio, destacando los siguientes puntos: la dosis reducida de IGIV tenía idéntica eficacia y menos efectos adversos, además de poder administrarse en un solo día; la Ig anti-D tenía similar eficacia pero más efectos adversos por la hemólisis.
En mi opinión no ha existido un estudio posterior que supere a estos en rigurosidad metodológica. Sí que ha habido otros estudios, múltiples, orientados a comparar diferentes esquemas de tratamiento7-17 (tratamiento con megadosis de corticoides, pautas cortas de corticoides, Ig anti-D a diferentes posologías), pero sin grupo control.
A partir de lo anterior, y dada la gran profusión de esquemas de tratamiento existentes, en la década de los noventa las sociedades científicas establecieron unas recomendaciones o “guidelines” con el fin de unificar los criterios diagnósticos, disminuir la gran variabilidad clínica y evitar el uso indiscriminado de IGIV en pacientes con escaso riesgo hemorrágico. Estas guías se redactaron basándose fundamentalmente en los trabajos originales de Blanchette y cols y las opiniones de paneles de expertos. La guía que mayor impacto ha tenido es la de la Sociedad Americana de Hematología18, publicada en 1996, aunque la británica19 fue publicada cuatro años antes. La guía italiana20, realizada en el año 2000 es muy similar a la americana. La Sociedad Española de Hematología Pediátrica publicó en 1996 sus recomendaciones, ya divulgadas en 1994, basadas fundamentalmente en los trabajos de Blanchette y cols en lo concerniente a la PTI aguda21. Todas las guías convergen en que debe tratarse sólo el paciente sintomático con menos de 20.000 plaquetas/mm3, salvo los británicos que sólo indican tratamiento con prednisona y a dosis inferiores, en pacientes con sangrado activo de mucosas. Las guías americana e italiana son más intervencionistas puesto que no distinguen, a diferencia de la española, el tratamiento con corticoides o IGIV en función de la gravedad clínica inicial.
Demostrada la eficacia a corto plazo de los tratamientos referidos en la PTI aguda, al igual que la ausencia de efecto sobre probabilidad de evolución a formas crónicas, fueron planteándose las siguientes cuestiones, que han centrado las controversias más importantes en el enfoque terapéutico inicial22-28:
La relevancia clínica de un efecto observado no viene condicionada sólo por la influencia que la intervención tiene en la frecuencia de aparición de un problema, sino también por la gravedad e irreversibilidad de las consecuencias que puede acarrear la aparición de dicho problema y las intervenciones a las que puede obligar.
Fundamentalmente debemos dirigir el análisis a la valoración del efecto sobre la incidencia de hemorragia intracraneal, otras hemorragias graves y los requerimientos de hemoderivados. ¿Cuál es el problema? Pues que no hay ningún estudio prospectivo aleatorizado que evalúe estos puntos. Solamente disponemos en la bibliografía de estudios piloto, análisis retrospectivos y análisis basados en registros prospectivos multicéntricos con pacientes agrupados de forma muy heterogénea y sometido probablemente a importantes sesgos11,28-35.
Dada la incidencia comunicada de hemorragia intracraneal (entre 0,1 y 1%) y la gravedad de dicha complicación, sería muy complejo plantear un estudio aleatorizado con suficiente número de pacientes (alrededor de 7.000) que evaluara si la intervención precoz en pacientes considerados de riesgo (trombopenia inferior a 20.000 plaquetas/mm3 y/o hemorragia cutáneo-mucosa) disminuye la probabilidad de sufrirla. Tan complejo que no se ha podido realizar hasta ahora y probablemente no se lleve a cabo.
Entonces, ¿de qué información disponemos? Kühne y cols32, en los datos aportados sobre el Registro Intercontinental de PTI, de tipo observacional sobre 2.031 niños informan de dos hemorragias intracraneales, así como de que no encuentran diferencias a los seis meses entre tratados y no tratados en la fase aguda. Dickerkoff y Von Ruecker30, en un estudio prospectivo sobre 55 pacientes, de los que sólo fueron tratados cuatro, no observaron hemorragias graves ni mayor incidencia de evolución a crónicas, alcanzando la remisión a las seis semanas la mitad de los pacientes. Roganovic y cols34, en un análisis retrospectivo basado en 75 niños, de los cuales recibieron tratamiento sólo el 23%, observaron “sólo” una hemorragia intracraneal en un paciente con una PTI crónica refractaria y dos episodios hemorrágicos graves en otro. Duru y cols11, diseñaron un estudio prospectivo de 50 pacientes en el que 26 fueron observados exclusivamente previa autorización de los padres; pero no observaron diferencias en la evolución, salvo en los primeros 10 días y no tuvieron hemorragias graves.
Treutiger y cols35, en un artículo publicado recientemente y evaluado en este número36, intentan responder a la pregunta si el tratamiento precoz con IGIV o corticoides en pacientes recién diagnosticados de PTI reduce la morbilidad. A mi entender este estudio tiene dos inconvenientes importantes: no hace grupos de pacientes en función del tratamiento administrado, sino que hace tres grupos de hospitales en función de unos intervalos de porcentajes arbitrarios que definen a los centros como muy intervencionistas, menos intervencionistas y poco intervencionistas, de lo cual no se puede extrapolar la eficacia de un tratamiento; además engloba la morbilidad de la fase aguda con la crónica y no detalla los episodios de hemorragias graves ni la mortalidad. Lyori y cols31, publicaron la experiencia japonesa de hemorragia intracraneal en PTI basada en un registro de 772 pacientes entre 1980 y 1995 procedentes de hospitales japoneses. Encontraron un total de ocho casos (1%), con un recuento plaquetar medio de 5.200 ± 3.700 plaquetas/mm3. En cuatro casos eran hemorragias agudas (tres de ellos con menos de un mes de evolución) y los otros cuatro, crónicas; sólo hubo un fallecido.
En 2003, Butros y Bussel29 comunicaron el estudio retrospectivo sobre hemorragia intracraneal en PTI más amplio: revisaron los casos publicados desde 1954 a 1998 y encontraron 62 casos evaluables con edades comprendidas entre 6 meses y 20 años. Creo relevante destacar los siguientes datos: el 51% se produjo en las cuatro primeras semanas de evolución (10% en los tres primeros días), el 98% tenían menos de 20.000 plaquetas, el 43% tenía otra clínica hemorrágica asociada (a la púrpura cutáneo-mucosa y la hemorragia intracraneal), la mortalidad fue del 55%. Medeiros y Buchanan33, pertenecientes a un centro cuya práctica habitual es no iniciar tratamiento salvo una complicación hemorrágica muy grave, comunicaron una experiencia muy interesante (332 niños) por ser la más amplia de pacientes no tratados desde el inicio. En la revisión de las complicaciones hemorrágicas que habían observado, encontraron: 68 hemorragias graves en 58 niños (17%), entre ellas 2 hemorragias intracraneales; el 87% de las hemorragias graves con menos de 20.000 plaquetas. Necesitaron transfusión en 18 episodios y hubo que practicar dos esplenectomías de urgencia. Tras iniciar tratamiento en estos pacientes el cuadro hemorrágico cesó en el 87% en menos de 24 horas. Un 43% evolucionó a PTI crónica.
Aunque hay controversia en cuanto a la incidencia de las hemorragias intracraneales, con los datos aportados puede establecerse entre 0,1 y 1%. Aunque el riesgo hemorrágico va asociado al tiempo de exposición y, por tanto, el riesgo teórico acumulado es mayor en las PTI crónicas de larga evolución, la mitad de los casos descritos se producen en el primer mes, fase en la que sí se ha demostrado una diferencia significativa en la evolución entre tratados y no tratados. Aunque el recuento plaquetar inferior a 20.000 plaquetas/mm3 por sí sólo no explica las diferencias observadas en la incidencia de hemorragia intracraneal y hemorragias graves entre unos pacientes y otros, es el único dato objetivo que discrimina con más sensibilidad el riesgo hemorrágico del paciente con PTI.
Habrá que seguir buscando otros indicadores de riesgo, fundamentalmente clínicos como la afectación cutáneo-mucosa y, desde luego, tener presentes factores como: edad del niño, grado y tipo de actividad, exposición potencial a traumatismos, diátesis hemorrágicas añadidas por otras causas, ingesta de fármacos que puedan alterar tanto el número como la función plaquetar…
Para finalizar quiero introducir un nuevo aspecto en el debate. Dada la existencia de un riesgo inherente a la actitud puramente expectante y el porcentaje nada despreciable de efectos adversos asociados a los corticoides y los riesgos potenciales de los hemoderivados ¿no será ya momento de hacer partícipes a los padres de la decisión? En el estudio de Duru y cols11 se introdujo un condicionante a la aleatorización (por ello no es un estudio realmente aleatorizado): que los padres, tras explicarles la controversia existente, autorizaran la actitud inicialmente expectante; solamente el 50% de los padres estuvieron de acuerdo con dicha opción.
Creo que este hallazgo debe ser también un elemento importante a introducir en la reflexión sobre el tema que nos ocupa.
Monteagudo Montesinos E. ¿Tratamiento desde el inicio o actitud expectante en el niño con púrpura trombopénica idiopática aguda ?. Evid Pediatr. 2007;3:89.
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